miércoles, 30 de abril de 2008

Mano Dura

Las veces que salen discusiones en la facultad en materia penal, he notado que el denominador común es el mismo: “Mano Dura”.
Y los castigos varían desde la pena de muerte, torturas o prisión de por vida. Pero no mucho más. Parece ser que la única forma de penar a alguien que se comportó mal es de la misma manera que él mismo actuó. Siempre digo que todos tenemos un "facho" dentro, todos en alguna situación tuvimos ganas de matar a alguien. Este sentimiento bajo y estúpido es muy básico en el instinto humano, por eso es tan fecundo en la derecha.
Creo que la pregunta que divide las aguas para saber en qué posición se encuentra cada uno es la siguiente: Ante un crimen, ¿usted busca con mayor fuerza el castigo del delincuente o su reinserción en la sociedad?. Por supuesto que cuando alguien comete un delito debe ser juzgado y darle una pena proporcional, como también que si llega a existir un caso en que resulta imposible reincorporarlo a la sociedad se lo debe dejar apartado de ella para su seguridad y la de los ciudadanos.
Los delincuentes son seres humanos y en pocos casos son insalvables y siempre se debe intentar reincorporarlos a la sociedad. Las cárceles son un invento antiquísimo y nunca han solucionado el tema de la delincuencia en forma total. Incluso hoy en día todavía sirven como lugar donde los prisioneros aprenden nuevas tácticas criminales en vez de tratar de llevarlos por el buen camino.
Me parece que cada caso es un mundo y hay que dirigirse al contexto y la historia particular de esa persona. Nosotros nunca podremos saber cómo hubiéramos actuado de estar en sus zapatos. Influyen muchísimas cosas como la familia, niñez, la situación económica, si pertenece a un grupo étnico o religioso, etc. Y si una vez esa persona se equivocó es importante darle una nueva oportunidad y corregir sus errores, a lo mejor él ni siquiera lo veía como algo erróneo sino natural.
Por el mero hecho de ser hombre o mujer se merece intentar el cambio. Y no como a nuestro amigo drugo Alex en la novela de Anthony Burguess, sino con métodos humanos siguiendo a la propia voluntad del recluso. Siempre he preferido un delincuente en libertad que un inocente en prisión.

Sobre la pena de muerte y las torturas no creo que haya mucho que hablar. Ya hay hasta tratados internacionales que las prohíben aunque siga siendo práctica frecuente, incluso en el Primer Mundo. En una oportunidad un profesor de esta casa hizo una especie de apología a la pena de muerte en caso de los violadores, sin lugar a dudas los peores criminales que podemos imaginar. El profesor preguntó qué haríamos si llegamos a nuestras casas y encontramos a uno de estos muchachos abusando de un familiar. Me parece que el planteo está mal formulado. Yo que estoy totalmente en contra de la pena de muerte, y aunque varios me tilden de garantista, seguramente si entran a mi casa soy capaz de matar al violador. Lo que ocurre es que hay que tomar distancia del ejemplo, obviamente que no es lo mismo si le pasa a uno que a un tercero. Justamente la sociedad algo ha avanzado a través del tiempo y no se hace justicia por mano propia, sino que existe todo un aparato de represión estatal que es el que tiene el monopolio legítimo de la violencia para determinar qué le corresponde a cada uno.
Nunca entendí cómo un cristiano con todas las letras puede llegar a apoyar estas prácticas nefastas, tan alejadas de los valores de la dignidad humana y tan cercanas a un famoso ex-gobernador texano. Pero sí concuerdo con Woody Allen cuando dice que “es cuestionable si la pena de muerte sigue siendo un disuasivo, aunque estudios recientes muestran que la probabilidad de que los criminales cometan otro delito cae casi a la mitad después de ser ejecutados”.
El temor a la inseguridad es sin dudas la herramienta más eficiente de todas. Todos sabemos que es mejor ser temido que amado y no hay nada más fácil que manejar a una sociedad con miedo. Cuántas libertades y derechos que puedo aplastar con la excusa de mayor seguridad. Sino observen que pasa en USA o lean esa distopía que describe Orwell en “1984”.

Otra cosa que me desespera pero no quiero extenderme más es la estupidez de tener armas en la casa por seguridad cuando hay estudios hechos y las estadísticas señalan que es más probable que un miembro de la familia reciba un disparo que un ladrón.
Pero sin dudas el punto que más me llama la atención es la gran diferencia que hay entre la justicia para pobres y la que es para ricos. O incluso como se persigue más a un simple ladrón que a altos funcionarios públicos que encima si caen salen enseguida o consiguen en prisión pero en su cómodo domicilio. Y lo peor es que la sociedad toma esto como si fuera normal. Obviamente que hay muchas notas de Foucault en lo que escribo y este autor de “Vigilar y Castigar” escribe que un crimen que espanta la conciencia es a menudo de un efecto menor que una fechoría que todo el mundo tolera y se siente dispuesto a imitar por su cuenta. Rareza de los grandes crímenes; peligro en cambio de las pequeñas fechorías familiares que se multiplican.
Pero volviendo al tema de la diferencia entre pobres y ricos, también creo necesario analizar la situación de cada caso y las particularidades que llevaron a esas personas a actuar así. Foucault en el mismo libro se pregunta si de dos hombres que han cometido el mismo robo ¿hasta qué punto aquel que tenía apenas lo necesario es menos culpable que el que nadaba en la abundancia? Y este es un problema que moldea nuestra mente no sólo en materia penal sino que ocurre en otros ámbitos de la vida. De la misma forma, un rico con pistola es precavido, un pobre con pistola un delincuente. Un rico con manicura es un playboy, un pobre con manicura es un maricón.
A modo de conclusión me parece apropiado citar a Gandhi cuando afirmaba que una mala acción cometida por una de las partes no justifica una acción parecida de la parte contraria. Y si hacemos la ley del ojo por ojo, la humanidad quedará ciega.
Es necesario una mejora en el sistema penitenciario para evitar tantos reincidentes, pero obviamente que esto no quita que haya un castigo para el que actúa de forma errónea, no sólo por el delincuente sino que como dice el mismísimo Foucault: “Nada vuelve más frágil al aparato de las leyes que la esperanza de la impunidad”.


PAPILLON

sábado, 26 de abril de 2008

Amarga realidad

En realidad lo que quería compartir con ustedes no es tan político pero sí académico. No he podido nunca determinar la relación entre inteligencia/ sabiduría/ conocimientos (valores difíciles de medir) con lo que podemos llamar felicidad (sin dudas el más difícil o para algunos imposible de medir).
Comprendo que esto dependerá de sus cosmovisiones antropológicas y teológicas pero me interesaría ampliar este tema con sus opiniones.
Esta intriga me surgió escuchando a Alejandro Dolina cuando decía que envidiaba a un trabajador simple, a modo de ejemplo, un obrero, humilde, ignorante, religioso. Es decir, él que es un tipo cultivado, compositor, intelectual, escritor, con varios años de experiencia, de alguna manera trata de decir que cuando uno llega ese nivel pierde el amor a las cosas sencillas de la vida, termina de maravillarse por la sonrisa de un niño y concuerda con aquella frase de Tolstoy en que en realidad el único conocimiento alcanzable por el hombre es que la vida no tiene sentido. Uno podría llegar a llamar a esta postura de soberbia, sin poder definir si se debe más al orgullo de lo que uno es o el desprecio hacia los demás, pero es algo que aún suelo discutir con mi almohada y no he llegado a una clara conclusión.
A lo que voy a modo de ejemplo es que talvez un musicólogo, un crítico de música, aunque sabe mucho más no disfruta tanto como un simple y humilde melómano.
Es como que se envidia esa alegría de la gente de las favelas que no se puede entender, gente despreocupada de los grandes temas, concentradas en cosas cotidianas y más urgentes como qué comer ese mismo día, y sin embargo me animaría a decir que son más felices. En cambio aquellos hombres serios, más cultivados nunca simulan que la están pasando bien. Mitterrand decía que un gran presidente debe saber como aburrirse.
Lo mismo parece suceder con la gente creyente que cuando les ocurre algo malo dicen que es porque Dios lo quiso y parece que pueden sortear cualquier obstáculo sabiendo que tiene a alguien arriba. Debe ser un vestigio de nuestra infancia cuando recurríamos a papá. Del mismo modo, hoy toman una estampita y se encomiendan al Padre sin tratar de resolver el problema por sí mismos. Estos tipos crean un Dios y se someten a él, me recuerda a Matrix con el tema de cuál de las dos pastillas elegir, talvez seriamos más felices si elegimos la otra píldora. Como el traidor que prefería vivir en el mundo imaginario que en el verdadero y disfrutar de los placeres sensibles.
Todavía no sé bien que pensar, tampoco que deberíamos elegir: si la felicidad o la Diosa Razón. A lo mejor en realidad no son incompatibles.
Es un problema complejo como todas las preguntas simples pero por ahora me quedo con unos fragmentos de Voltaire en uno de sus libros: “Cien veces me dije que sería feliz si pudiera ser tan tonto como mi vecina; pero no deseo gozar semejante felicidad. Vi que efectivamente no deseaba ser feliz a cambio de ser imbécil. Rara contradicción es pensar así, porque lo único que importa es ser feliz y nada vale tener entendimiento o ser necio. No hubo ninguno que quisiera aceptar volverse tonto para vivir contento. De aquí infiero que si tenemos mucho aprecio por la felicidad, más aprecio hacemos aún de la razón. Pero, pensándolo bien, parece que preferir la razón a la felicidad es un enorme desatino”.
EL LOBO ESTEPARIO

Intolerancia

“Intolerancia”, peliculón del genio y controvertido David Wark Griffith, trascendental en la historia del cine. Me llama mucho la atención la valoración que ha conquistado la tolerancia en nuestros tiempos a diferencia de esas épocas en las que eran necesarios ese tipo de films.
Hoy en día se estima a aquella persona que se jacta de ser tolerante, cosa que si bien es fundamental para mantener una buena sociedad, creo que muchas veces se aparta de lo que en realidad debería significar.
Antes de empezar, tratemos de tomar la tolerancia no sólo en el aspecto político y religioso sino de una manera más general.
El mismísimo Mohandas Karamchand, más conocido como Mahatma Gandhi, señalaba que el término tolerancia no le agradaba aunque no encontrase otro mejor. La tolerancia puede llevar implícita la suposición injustificada de que la fe de los demás es inferior a la nuestra como ocurre con esas personas que cree tener la verdad, que las cosas son sólo como él dice pero como es un tipo “tolerante” deja que los otros, los que están equivocados, desarrollen sus lucubraciones mentales tan alejadas de la realidad. No veo ningún mérito en esta postura soberbia tan alejada de lo que entiendo por tolerancia.
También disiento en esa actitud en la cual cada uno tiene “su” verdad y puede decir lo que quiera porque todas las opiniones son válidas mientras a mí no me afecte. Muchas veces, como dice un profesor, detrás de la tolerancia se esconde la Soberana Indiferencia. No es que se respete o escuche a los demás, sino que ni siquiera les importa. La idea es que mientras no me molesten a mí que cada uno haga lo que quiera. Seguramente en lo personal les habrá ocurrido con amigos que cuando alguien dice frente a un problema que lo deje de lado, que hay que ser tolerante en la vida y no meterse es porque en el fondo no le interesa esa persona. Pero cuando son seres más próximos y vemos que andan mal sentimos la necesidad de decírselos.
Incluso esta deformación de la tolerancia hace que caigamos en el más bajo relativismo. Se dice que no existe una verdad, cuando esa misma negación se contradice lógicamente ya que se afirma que hay una verdad y es que ésta no existe. Tampoco podemos admitir lógicamente que hay distintas verdades ya que como nos vienen repitiendo en filosofía nada puede ser y no ser en el mismo tiempo y sentido. Claramente debe existir una verdad, lo que ocurre es que cada uno tiene sus propias gafas para observarla y así se llegan a conclusiones diferentes. Algunos se aproximarán más que otros, pero no por esto justamente hay que ser intolerante y quedarse con la opinión de uno.
Espero que no se me tilde de autoritario, nada más lejano hay en mí que esa idea de cruzada, de imponer ideas propias o censurar a personas. Como señalan los artículos 18 y 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que afirma que todos los hombres tienen derecho a la libertad de pensamiento, conciencia, religión, opinión y expresión.
Incluso no hay nada mejor que juntarse con personas de distintas ideologías ya que mientras más acostumbrados estemos a pensar en cosas diferentes, mejor uno se prepara para tener ideas nuevas.
Sólo el que calla está en condiciones de oír lo que opinan los demás.
Como decía el Gran Maestre Voltaire, la ignorancia afirma o niega rotundamente, la ciencia duda. Hay que ser muy bruto para estar muy seguro de algo.
Así es que es trascendental ser tolerante, poder escuchar y debatir las ideas con total humildad y preguntarse si realmente uno estaba en lo cierto. Siempre hay que recordar que la duda es la jactancia de los intelectuales, lo que creo es que a veces esa tolerancia tan importante se deforma ya sea en indiferencia o superioridad.
Si bien es un término terriblemente multívoco, la mejor frase que expresa mi idea de tolerancia es la que se le atribuye al mismo Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero lucharé hasta la muerte para que tenga el derecho de decirlo”.
HGW XX/7